Son preguntas tan antiguas como las estrellas y, a la vez, tan íntimas como la respiración. Y en medio de pantallas, algoritmos e inteligencia artificial, seguimos preguntándonos lo mismo que un monje en las montañas del Himalaya o un iniciado hermético en Alejandría... ¿qué somos en esencia cuando decimos “yo”?
Te propongo recorrer juntos tres miradas que, en distintos tiempos, me han acompañado en mi propio camino... el Hermetismo (con el eco del Kybalion), el Budismo (con su sabiduría sobre la impermanencia) y la psicología moderna (con sus mapas, imperfectos, pero útiles, de la mente). No para coronar una verdad, sino para escuchar resonancias.
El Hermetismo: todo es mente
El Hermetismo nos deja una afirmación central, casi como un golpe suave en la mesa... el universo no es solamente materia ni solamente energía... es mente. Y no se refiere a la mente pequeña, personal, la que piensa en pendientes o recuerda nombres, sino a una Mente Universal que lo sostiene todo.
Desde ahí, la conciencia no aparece como un interruptor (prendido o apagado), sino como un continuo... grados, niveles, vibraciones. Lo denso y lo sutil no serían mundos separados, sino distintas expresiones de una misma sustancia mental. Y entonces practicar... o al menos contemplar... el Hermetismo es aprender a trabajar con esa “materia” invisible... observar pensamientos, reconocer emociones, transmutar estados internos, comprender que lo que sembramos en el campo mental termina dibujando experiencia.
En tiempos de hiperconectividad, esta visión resuena con fuerza. Las redes sociales, para bien o para mal, parecen mostrar cómo la mente colectiva crea realidades... un rumor que se vuelve certeza, una emoción que se contagia, una consigna que incendia o salva. Lo que antes quedaba en la esfera íntima hoy puede sacudir mercados y ánimos globales. Y la pregunta hermética se vuelve inevitable... ¿qué estamos sembrando en ese tejido mental compartido cuando un simple “me gusta” puede amplificar una idea o una herida en minutos?
“El Todo es Mente; el universo es mental.”
El Kybalion
El Hermetismo nos deja una afirmación central, casi como un golpe suave en la mesa... el universo no es solamente materia ni solamente energía... es mente. Y no se refiere a la mente pequeña, personal, la que piensa en pendientes o recuerda nombres, sino a una Mente Universal que lo sostiene todo.
Desde ahí, la conciencia no aparece como un interruptor (prendido o apagado), sino como un continuo... grados, niveles, vibraciones. Lo denso y lo sutil no serían mundos separados, sino distintas expresiones de una misma sustancia mental. Y entonces practicar... o al menos contemplar... el Hermetismo es aprender a trabajar con esa “materia” invisible... observar pensamientos, reconocer emociones, transmutar estados internos, comprender que lo que sembramos en el campo mental termina dibujando experiencia.
En tiempos de hiperconectividad, esta visión resuena con fuerza. Las redes sociales, para bien o para mal, parecen mostrar cómo la mente colectiva crea realidades... un rumor que se vuelve certeza, una emoción que se contagia, una consigna que incendia o salva. Lo que antes quedaba en la esfera íntima hoy puede sacudir mercados y ánimos globales. Y la pregunta hermética se vuelve inevitable... ¿qué estamos sembrando en ese tejido mental compartido cuando un simple “me gusta” puede amplificar una idea o una herida en minutos?
El Budismo: todo es impermanente
El Budismo propone otra entrada, casi opuesta en apariencia... si el Hermetismo tiende a absolutizar la mente, el Budismo nos invita a verla como flujo. Todo en la existencia es impermanente... por lo mismo, la mente no sería una sustancia fija ni un “algo” que poseemos, sino un proceso que ocurre... surge, cambia, se extingue... y vuelve a surgir, condicionado por causas y circunstancias.
Por eso habla de múltiples conciencias... las sensoriales, la mental que integra, la que construye el sentido del yo (manas) y la ālaya-vijñāna o “conciencia almacén”, donde germinan semillas kármicas. Pero ninguna es sólida... ninguna es dueña... ninguna permanece idéntica a sí misma. Todo depende, todo aparece y desaparece.
La práctica meditativa, en su forma más simple y más radical, nos sienta a mirar ese nacer y ese extinguir. Ver pensamientos y emociones como nubes que pasan... ver cómo el “yo” intenta aferrarse a una forma y cómo esa forma se disuelve apenas la observamos con honestidad. La conciencia no es un trono donde se instala un dueño... es más bien una ventana que se abre y se cierra.
Como padre, esta enseñanza se me vuelve tangible en la música de mis hijos. Cuando escucho a mi hijo tocar con su banda, siento que la vida es un instante que vibra y se va. Cada acorde es irrepetible... cada ensayo desaparece... cada concierto es un río que no regresa. Y hay belleza en eso... una belleza frágil, justamente porque no se puede retener.
También me pasa cuando escucho a mi hija cantar y, por un momento, el tiempo parece detenerse en la vibración de cada célula. Nada dura. Y precisamente por eso, cada instante importa.
El Budismo propone otra entrada, casi opuesta en apariencia... si el Hermetismo tiende a absolutizar la mente, el Budismo nos invita a verla como flujo. Todo en la existencia es impermanente... por lo mismo, la mente no sería una sustancia fija ni un “algo” que poseemos, sino un proceso que ocurre... surge, cambia, se extingue... y vuelve a surgir, condicionado por causas y circunstancias.
Por eso habla de múltiples conciencias... las sensoriales, la mental que integra, la que construye el sentido del yo (manas) y la ālaya-vijñāna o “conciencia almacén”, donde germinan semillas kármicas. Pero ninguna es sólida... ninguna es dueña... ninguna permanece idéntica a sí misma. Todo depende, todo aparece y desaparece.
La práctica meditativa, en su forma más simple y más radical, nos sienta a mirar ese nacer y ese extinguir. Ver pensamientos y emociones como nubes que pasan... ver cómo el “yo” intenta aferrarse a una forma y cómo esa forma se disuelve apenas la observamos con honestidad. La conciencia no es un trono donde se instala un dueño... es más bien una ventana que se abre y se cierra.
Como padre, esta enseñanza se me vuelve tangible en la música de mis hijos. Cuando escucho a mi hijo tocar con su banda, siento que la vida es un instante que vibra y se va. Cada acorde es irrepetible... cada ensayo desaparece... cada concierto es un río que no regresa. Y hay belleza en eso... una belleza frágil, justamente porque no se puede retener.
También me pasa cuando escucho a mi hija cantar y, por un momento, el tiempo parece detenerse en la vibración de cada célula. Nada dura. Y precisamente por eso, cada instante importa.
Psicología moderna: mapas de la mente
La psicología moderna trae otros lenguajes, más cercanos al laboratorio y a la clínica, pero no por eso menos humanos. Más que ofrecer una sola “verdad”, nos entrega mapas... formas de orientarnos en un territorio complejo.
El psicoanálisis, por ejemplo, imagina la conciencia como la punta del iceberg... bajo ella, lo inconsciente empuja deseos, defensas, traumas y símbolos que moldean la vida sin pedir permiso. El cognitivismo y la neurociencia, en cambio, miran la mente como un fenómeno emergente del cerebro y describen la conciencia como integración de información en redes neuronales... lo subjetivo como experiencia encarnada, organizada por lo biológico. Y el humanismo devuelve la conciencia al centro de la experiencia... libertad, autenticidad, crecimiento, la posibilidad de una vida más plena. Estar conscientes no sería solo un proceso... sería también una práctica, un modo de habitarse.
No puedo evitar mirarlo a la luz de nuestra vida digital... y de la mía. Las identidades se expanden y se fragmentan entre pantallas... el yo se multiplica en perfiles, fotos, avatares, versiones editadas de uno mismo. Desde la psicología, eso puede leerse como búsqueda de regulación emocional, como necesidad de pertenencia y reconocimiento, como hábito reforzado por circuitos de recompensa. Pero más allá de la explicación, hay una pregunta que me queda vibrando... ¿estamos usando la tecnología para expandir la conciencia o para dispersarla? Porque ahí, en ese borde, se juega buena parte de nuestra conciencia contemporánea.
La psicología moderna trae otros lenguajes, más cercanos al laboratorio y a la clínica, pero no por eso menos humanos. Más que ofrecer una sola “verdad”, nos entrega mapas... formas de orientarnos en un territorio complejo.
El psicoanálisis, por ejemplo, imagina la conciencia como la punta del iceberg... bajo ella, lo inconsciente empuja deseos, defensas, traumas y símbolos que moldean la vida sin pedir permiso. El cognitivismo y la neurociencia, en cambio, miran la mente como un fenómeno emergente del cerebro y describen la conciencia como integración de información en redes neuronales... lo subjetivo como experiencia encarnada, organizada por lo biológico. Y el humanismo devuelve la conciencia al centro de la experiencia... libertad, autenticidad, crecimiento, la posibilidad de una vida más plena. Estar conscientes no sería solo un proceso... sería también una práctica, un modo de habitarse.
No puedo evitar mirarlo a la luz de nuestra vida digital... y de la mía. Las identidades se expanden y se fragmentan entre pantallas... el yo se multiplica en perfiles, fotos, avatares, versiones editadas de uno mismo. Desde la psicología, eso puede leerse como búsqueda de regulación emocional, como necesidad de pertenencia y reconocimiento, como hábito reforzado por circuitos de recompensa. Pero más allá de la explicación, hay una pregunta que me queda vibrando... ¿estamos usando la tecnología para expandir la conciencia o para dispersarla? Porque ahí, en ese borde, se juega buena parte de nuestra conciencia contemporánea.
Tejidos que se entrelazan
El Hermetismo concibe la mente como el Todo. El Budismo la relativiza y la entiende como proceso sin dueño. La psicología la traduce en mecanismos observables, hábitos, relatos internos, biología y experiencia.
A primera vista, parecen irreconciliables. Pero si las escucho con calma, noto que se tocan en algo esencial... todas coinciden en que mente y conciencia cambian la manera en que recorremos la vida. Cambian el modo en que sufrimos, en que amamos, en que decidimos, en que sanamos.
Tal vez no se trate de elegir una y descartar las demás, sino de permitir que dialoguen. Que el mentalismo nos recuerde el peso creador de lo que pensamos. Que el Budismo nos enseñe a soltar, a respirar incluso en medio del caos y del smog santiaguino. Y que la psicología nos ofrezca herramientas prácticas para transformar hábitos y reparar heridas.
En mi propia vida lo veo como una compatibilidad interior que hay que cuidar... la ingeniería me exige rigor... la filosofía y la espiritualidad me piden apertura... y en mi rol humano de padre, compañero, ciudadano... lo que importa es sostener una conciencia despierta que integre, en vez de dividir.
El Hermetismo concibe la mente como el Todo. El Budismo la relativiza y la entiende como proceso sin dueño. La psicología la traduce en mecanismos observables, hábitos, relatos internos, biología y experiencia.
A primera vista, parecen irreconciliables. Pero si las escucho con calma, noto que se tocan en algo esencial... todas coinciden en que mente y conciencia cambian la manera en que recorremos la vida. Cambian el modo en que sufrimos, en que amamos, en que decidimos, en que sanamos.
Tal vez no se trate de elegir una y descartar las demás, sino de permitir que dialoguen. Que el mentalismo nos recuerde el peso creador de lo que pensamos. Que el Budismo nos enseñe a soltar, a respirar incluso en medio del caos y del smog santiaguino. Y que la psicología nos ofrezca herramientas prácticas para transformar hábitos y reparar heridas.
En mi propia vida lo veo como una compatibilidad interior que hay que cuidar... la ingeniería me exige rigor... la filosofía y la espiritualidad me piden apertura... y en mi rol humano de padre, compañero, ciudadano... lo que importa es sostener una conciencia despierta que integre, en vez de dividir.
Resonancias de un presente fragmentado
Cuando hablamos de inteligencia artificial, aparece casi de inmediato la pregunta... ¿podrán las máquinas llegar a tener conciencia? El Hermetismo podría insinuar que toda forma participa, en algún nivel, de la Mente Universal. El Budismo respondería que la conciencia es un encadenamiento de procesos condicionados, sin un yo permanente. Y la psicología pediría evidencia... criterios, operacionalizaciones, límites, pruebas.
Mientras tanto, vivimos en redes que reflejan una mente colectiva a veces luminosa y a veces caótica... trending topics sin sentido, debates políticos ciegos y sordos, memes que cruzan fronteras en segundos. A veces me descubro riendo solo frente a la pantalla viendo perritos jugar, consciente de que esa risa también es parte del tejido compartido. El Hermetismo diría... cada pensamiento siembra mundo. El Budismo recordaría... no confundas reflejo con esencia. La psicología insistiría... cuida tus hábitos atencionales y emocionales, porque se vuelven tu casa.
Y si miro la crisis ecológica, las tres voces, a su modo, coinciden... necesitamos una conciencia más despierta. Una conciencia que no se refugie solo en lo personal, sino que mire lo colectivo, lo planetario, lo humano. Una conciencia que recuerde que somos parte de un sistema mayor, donde cada acto deja huella.
Cerrar los ojos para ver mejor
Después de este viaje, no me interesa coronar una sola verdad. Prefiero quedarme con la práctica... vivir despiertos.
Despiertos para reconocer el poder de lo que pensamos...
Despiertos para aceptar que todo cambia y nada es permanente...
Despiertos para cuidar hábitos y cultivar presencia...
Tal vez, al final, mente y conciencia no sean cosas que podamos encerrar en definiciones, sino experiencias que se afinan como un instrumento antes de un concierto. Afinar es escuchar. Y escuchar, en tiempos de ruido, es un acto profundo de amor.
La pregunta final no es solo “qué es la mente” o “qué es la conciencia”, sino algo más simple y más exigente... ¿estamos dispuestos a escuchar de verdad?
(FE-2025)
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