Los gamos asustados la siguieron y así poco a poco una especie tras otra las seguía hasta que toda la selva corría desaforada en tal estampida que habría terminado en la destrucción de todos, cuando Buda, que entonces vivía como sabio, en una de las muchas formas de su existencia, preguntó al último grupo por qué se había unido a la estampida y ellos dijeron: porque se acerca el fin del mundo.
Buda respondió: esto no puede ser ¿quién les dijo eso?, vamos a averiguar qué es lo que les hizo pensar así. Entonces preguntó a una especie tras otra, de dónde venía esa idea, y así fue poco a poco averiguando hasta llegar a la liebre que había iniciado el rumor. Al llegar a ella Buda preguntó, a ver liebre ¿por qué crees eso?, porque escuché un ruido horrible, respondió. ¿Me puedes decir dónde te encontrabas cuando sucedió eso?. Me encontraba dormida debajo de un mango, respondió.
Entonces probablemente oíste caer un fruto y eso te despertó y por tu estado adormilado te asustaste más de lo común; a ver, volvamos al árbol para ver si esto es así. Todos fueron al lugar donde dormía la liebre y se dieron cuenta que justo ahí había un mango caído. Así fue como Buda salvó al reino animal de la autodestrucción.”
Podemos concluir esta historia con estas palabras de Erich Fromm: “Incluso la orientación más irracional, si está compartida por un grupo considerable de hombres, da al individuo la sensación de unidad con los otros, una cierta cantidad de seguridad y estabilidad de que carece la persona…”. Esta es sin duda la piedra angular de muchas religiones.