En el eterno Sol las almas danzan en el ir y venir de las olas del tiempo.
Melódicas frecuencias componen el vibrar del vacío de la existencia, ese espacio en el que se sincretiza el éter para el entendimiento de un continuo que nunca ha comenzado, ya que el final no tiene sentido ni dirección y menos magnitud.
Las flores de estrellas giran en torno de ejes emanados de un suspiro del canto cósmico, que conecta los infinitesimales de cada dimensión para tejer el árbol de la vida.
En cada latido, la respiración se acopla con el sentir de los pensamientos que viajan de meditación en meditación, de realidad en realidad, de silencio en silencio.
El llamado resuena en el cuerpo físico, escalando de chakra en chakra, queriendo estirar el espiral múltiple hasta convertirlo en un rayo de luz tendiendo hacia donde, en sueños, se ha mostrado ese colorido valle de estructuras transparentes, donde pueden sumergirse las sombras para descansar entre las aguas de otras esencias espectrales.
En el eterno Sol fluyen los ríos donde navegan los despertares, al dolor, al miedo, al desconocimiento, a la incomprensión, al desamor.
Una flauta invita con su dulce canto a explorar los límites del espacio, no del espacio material, sino de ese que brilla entre cada inhalación y exaltación, al compás de las sonrisas que dibujan los cometas en el vientre de un horizonte lejano, relativo al origen de un principio cualquiera, en la dimensión que se quiso manifestar para el gozo de todos, conscientes e inconscientes.
La energía cambia de estado para trascender a las leyes de una partícula en cada estado de las distintas dimensiones y así ir completando cada plano de la duda, donde encuentra su corazón y el corazón de este… hasta recordar que su eternidad no depende de su muerte, sino de su vida en el pentagrama donde van colgando sus notas las almas para la sinfonía universal.
(FE-2021)