No podría hablar de formas y colores, menos de aromas y sonidos, pero el vacío que contradictoriamente parecía ocupar la nada estaba ocultando el despertar de ciertos movimientos, impulsados por el latente contraste de explorar ese nebuloso despliegue de oscuridad que cegaba cualquier oportunidad de expandir el espacio infinitesimal entre un silencio y otro, chispas de memorias sin tiempo que explotaban en las más diversas dimensiones sin espacio, donde un origen dinámico entregaba pausas de relativa proporcionalidad al todo, difícil de observar, pero su fluidez permitía que aquellas delicadas chispas fueran desentrañando vibraciones que iban anunciando una danza de espectros o entes hacia una energía que se entregaba a una creación, en la que sin mediar invitación, me iba involucrando como co-creador, al igual que otros.
Así, lo que parecía oscuridad en realidad era un resplandor magnífico que iba variando en ondas adimensionales increíbles, que repartían colores que se iban mezclando para armonizar la composición de sonidos indefinidos, que por momentos, quizás milenos, me parecía que volvía a quedar en la más completa oscuridad, absorto en la estampida de sensaciones que cruzaban los pensamientos que se comunicaban en el instante mismo antes de ser ni siquiera imaginados, de modo que no había ningún tipo de filtro que desvirtuara el esfuerzo colaborativo co-creador de la materia.
Aquella manifestación, o la materia, que fue incorporando cada uno de los componentes del éter (o akasha) que se despliega desde y hacia aquella energía fuente, que luego conocimos que se llamaba Amor, comenzó a separarse de acuerdo a las distintas memorias y sus reflejos en cada una de las dimensiones para poder sostener toda la información de manera de poder ser accesada desde cualquier estado en el viaje de la vida, desde las energías espirituales hacia sus almas llegando hasta sus formas materiales, como un mapa de regreso a la fuente, pero que requiere ser rearmado, porque cada alma posee una pieza del mapa, de modo que es imperioso conocer nuestra esencia para descubrir cuál es la pieza que poseemos en el mapa y de esa forma poder aportar a otros a descubrir la de ellos, para el re-ensamblado del mapa... la sabiduría universal.
Volviendo a aquella escena inicial, que perfectamente pudiera ser la final, o ninguna de las dos, o incluso ambas... he podido observar aquel llamado, recordando el suspiro que se grabó en mí, el de ser puente entre distintas dimensiones para traer información que requiere ser anclada en almas que aún no han logrado descubrir su pieza en el mapa de la memoria universal, así también como consolidar el descubrimiento de otras almas que al verla la vuelven a esconder, porque no comprenden su misión...
(FE-2016)