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sábado, 9 de diciembre de 2017

El medigo y yo... (Parte I)

 Parte I

Camino hacia la tierra donde el sol se despertaba antes de dormir, en unos atardeceres llenos de colores y melodías esparcidas por el viento en cada rincón de un valle infinito, que sumergía sus sueños en un río que fluía desde las nubes más altas hasta un horizonte más allá de donde el cielo y la tierra se hacen uno, en un baile sin tiempo ni espacio.

Ahí me encontré con mis pies descalzos adentrándome en un bosque que acariciaba mis sentidos con palabras de otras dimensiones, que jamás hubiera podido oír sino hubiera sido por aquel previo encuentro, casual e inesperado para mi ego, con un mendigo que me sacó del que yo creía era mi centro y me alineó con el verdadero eje de mi existir.

Me encontraba buscando a Jesús o Mahoma o Buda o Krishna, cualquiera que me pudiera ayudar a encontrar las respuestas a muchas preguntas que comenzaban a rondar por mi mente, que siempre habían estado ahí, pero ocultas, oprimiendo mi corazón muy lenta y suavemente, con las amenazas de la impermanencia de todo lo material, lo que había terminado por esconder mi esencia, volviéndome completamente sordo a los suspiros de mi silencio interior.

Fue entonces que un día se me acercó ese mendigo y me dio una moneda diciéndome: "Tu alma necesita zapatos nuevos"

Confundido y sin poder entender nada, pregunté sin pensar: "y dónde los puedo comprar?"

A lo que el mendigo me respondió: "Ah, pero eso te va ha costar una moneda!"

No alcancé a pestañear y ya le había devuelto la moneda.

Y esa fue la primera lección que él me dio: "la impermanencia se basa en el flujo de lo material, para nuestro desprendimiento y total vuelco hacia lo inmaterial, es decir, a lo espiritual"

Mi corazón latió fuerte, aquél mendigo tenía un rostro que de alguna forma me parecía similar. El brillo de sus ojos era muy cálido, pero me daba la impresión de que su mirada estaba llena de un profundo vacío. No habían destellos de dolor pese a su imagen andrajosa, sucia y descuidada. Ciertamente me intrigó su belleza de una armonía y estética fuera de lo común o de lo que comúnmente vemos o de lo que hemos definido como bello, en base a los paradigmas de luz condensada.


Con esa imágen tatuada en mi alma, retomé mi camino por los senderos hoy devalados bajo una dialéctica positivista que va desgastando los campos sembrados en el gozo del destiempo de la consciencia, porque la libertad se ha construido en base a pesadas cadenas de consumo, fuentes de evasión del miedo y que llegan a enfermar los procesos orgánicos trascendentales de lo individual a lo social y de lo social a lo individual.

Aún busco ese rostro, creo haberlo dejado en algún espejo, quizas está en todos, pero siento que nos volveremos a encontrar... pronto...


(FE-2017)

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