Ser persona en tiempos de la extensión digital…
¿Quién soy cuando apago el celular?
¿Qué queda de mí cuando dejo de responder mensajes, cuando el algoritmo deja de adivinar lo que quiero, cuando no hay nadie mirando?
No es fácil responderlo…
No al menos con la ligereza con que se responde una encuesta o un mensaje de WhatsApp.
Porque no se trata solo de un “yo” que consume o reacciona, sino de algo más antiguo, más profundo… algo que quizás nos conecta con el principio del origen.
Lo que emerge al principio…
El origen no es una fecha ni un punto en el mapa ni una gran explosión.
Es una intuición… un suspiro…
Una sensación interna de que algo en mí ya era antes de que todo esto comenzara.
Antes de los perfiles, las claves, las etiquetas.
Antes incluso del lenguaje.
Antes incluso del lenguaje.
Ese origen tampoco es un refugio individualista.
No es la cueva del ego.
Es, por el contrario, el primer llamado a lo común, a lo compartido.
Nacemos frágiles, abiertos, necesitados del otro.
Somos personas, no solo individuos, porque desde el primer aliento estamos atravesados por vínculos.
De la piel hacia afuera…
Pero hoy… algo ha cambiado.
Ya no es solo el otro quien nos habita, también lo hace la red.
La tecnología ha pasado de ser una herramienta a convertirse en una extensión de nuestro sistema nervioso.
Ya no pensamos solos.
Ya no recordamos solos.
Ya no nos aburrimos ni nos equivocamos solos.
Google, los feeds, la inteligencia artificial… todos ellos nos sostienen o nos reemplazan en tareas que antes eran profundamente humanas.
¿Pero a qué costo?
¿Y si la tecnología también es un espejo?…
Tal vez no se trate de demonizarla, sino de entenderla.
Si la red amplifica lo que somos, ¿qué dice de nosotros esta hiperconexión sin pausa?
Tal vez que tenemos hambre de sentido.
Que buscamos sin cesar la mirada del otro.
Que no queremos solo información… queremos comprensión.
Y ahí aparece, una vez más, la diferencia entre ser individuo y ser persona.
El individuo se basta a sí mismo.
La persona se reconoce incompleta.
Necesita pensar con otros, sentir con otros, construir con otros.
Hacia estructuras que sienten y aprenden…
En ese cruce entre humanidad y tecnología hay una posibilidad.
No solo de controlarla, sino de habitarla con conciencia.
No para producir más, sino para vivir mejor.
Quizás debamos aprender de nuevo a diseñar estructuras, no solo físicas, sino interiores, que piensen, que cuiden, que aprendan.
Estructuras mentales que nos inviten a silenciar el ruido.
Estructuras emocionales que acojan lo vulnerable.
Estructuras sociales que no se midan por su eficiencia, sino por su capacidad de hacer lugar al otro.
Volver a la pregunta…
Y así volvemos al inicio.
A la pregunta por el origen.
No como nostalgia, sino como brújula.
Porque allí donde comenzó todo… ese primer latido, esa primera mirada, ese primer silencio compartido, quizás aún esté la clave para sostenernos en este mundo acelerado.
Un mundo que nos quiere rápidos, productivos, conectados.
Aunque, más que nunca, necesita de personas que se atrevan a parar, a sentir, a recordar quiénes somos cuando nadie nos mira.
Aunque, más que nunca, necesita de personas que se atrevan a parar, a sentir, a recordar quiénes somos cuando nadie nos mira.
Y quizás ahí es donde todo vuelve a empezar…
No en el ruido, ni en la prisa, ni en los datos…
Sino en el silencio que hay entre una respiración y la siguiente.
En el coraje de ser profundamente humanos en tiempos de la expansión digital.
Elegir la presencia por sobre el rendimiento.
La conexión, por sobre el control.
Y recordarnos, a nosotros mismos y entre nosotros, que incluso en el corazón de la red, aún llevamos dentro una voz que vale la pena escuchar… y te invito a escucharla…
Porque si nos atrevemos a mirar hacia adentro con suavidad, tal vez recordemos, no lo que nos dijeron que debíamos ser, sino lo que todavía resuena en las páginas silenciosas escritas en nuestro propio Registro Akáshico.
(FE-2025)